Aunque la proxémica alude al espacio interpersonal,
por extensión, nos permitimos la licencia de aplicarlo a otro tipo de
relaciones sociales cuando tienen como código de conducta la posición de los
individuos en sentido amplio, convirtiéndose en símbolos de un estatus:
arriba/abajo, delante/detrás, dentro/fuera, derecha/izquierda… En la cola del
paro podemos ver claramente cómo se guarda una prudente distancia interpersonal
de forma espontánea: es un código tácito que la proxémica analiza en el campo
de los símbolos espaciales. Pero la posición puede cambiar la oportunidad de
los individuos; además del valor simbólico de cortesía, posee un valor
trascendente. Este valor en las relaciones sociales es el que puede influir en
el futuro de los individuos y de toda una colectividad.
¿Reconocen esta expresión: “goza de una buena posición”?
Hay posiciones que no merecemos ni controlamos pero que padecemos. Ocurre con
esta crisis. Para conocer los culpables no necesitamos pensar mucho. Se puede
concretar en este aforismo: La crisis la provocan los de “arriba” y la pagan
los de “abajo”. Los de “arriba” parecen intocables: están en la “gloria”; los
de “abajo” están como condenados a las penas del “infierno”. ¿Alguien duda de
esta evidencia?
¿Nos suena aquello de “sentado a la derecha del
Padre”? ¿No es tenida la “derecha” como el lugar preferente? Los malos son despreciados
y arrojados a la “izquierda”. ¿No se relaciona la “izquierda”, la siniestra,
con lo negativo? ¿Por qué los zurdos han sido tan marginados en casi todas las
sociedades? Da la impresión de que la izquierda esté demonizada; como si los
creyentes más ortodoxos sospecharan que su Dios particular estuviera
arrepentido de haber dotado a los humanos de los miembros de su lado izquierdo. Que cada cual saque sus propias y respetables conclusiones.
Al parámetro espacial se une el parámetro temporal:
los símbolos espaciales adquieren connotación a lo largo del tiempo y se
consolidan de generación en generación como verdades culturales. Cuanto más
tiempo pasa, más factores de interés económico, político y social contribuyen a
apuntalar el statu quo a través de
esa tradición y de una forzada educación conservadora que se resiste ante
cualquier intento de cambiar esas interpretaciones inconscientes de los
símbolos.
Sigamos, pues, intentando desentrañar la realidad
social a través del modelo espacial. Hablemos de Norte y de Sur. La imagen del
nórdico alcanza un alto nivel de prestigio conseguido a través de la cultura
del dominante. Un sureño casi siempre resulta poco fiable, si además se trata
de un blanco y un negro, relacionados ambos con “arriba” y “abajo”, “norte” y “sur”,
la bipolarización aumenta. Añadiendo el criterio de los que estamos “dentro” y
los que vienen de “fuera” (en pateras), la radicalidad, el fanatismo y la
xenofobia agravan la situación. ¿Qué decir del enfrentamiento secular entre los
“buenos” de “occidente” y los “malos” de “oriente”? Por transferencia de estos valores
simbólicos, los míos –cuyos actos siempre se justifican– son “los buenos”,
frente a los otros, “los malos” que se convierten instintivamente en enemigos,
como en las películas de indios y vaqueros que “educaron” nuestra infancia. La
connotación negativa desaparece ipso
facto si el sujeto exótico nos fascina por su cultura, su fama o su riqueza,
y no solo en el mundo del fútbol.
La imagen de los encarcelados nos hace prejuzgar de
forma inconsciente: son malos porque están presos; es decir, todos los que
están “dentro” de la cárcel son malos. Este tipo de error por generalización
otorga a las víctimas de las injusticias la condición de sospechosos o de
culpables. ¿No ocurre esto cuando a una mujer maltratada se le tilda con “algo
habrá hecho para merecer ese trato”, solo por el hecho de estar “dentro” del
género mujer, es decir “fuera” del mundo del macho?
Todo intento de desarrollar una educación que rompa
estos patrones engañosos, que promueva una actitud justa, reivindicativa,
emancipadora, desalienante, rebelde, comprometida, desmitificadora, solidaria y
utópica procede de la “maldad” de unos enemigos del paraíso en el que viven los
de “arriba” y molesta o irrita a los aliados contemplativos que viven
enajenados “abajo”. Se apuntala por “ley natural” y política el orden establecido
porque reivindicar el conocimiento de la verdadera realidad de las cosas amenaza
y subvierte ese orden, que suele defenderse con extremada contundencia. El lenguaje opaco que emplean los políticos cuando actúan en connivencia con los poderosos va en contra de la sindéresis y la transparencia que correspondería a un sistema democrático. En
lugar de mejorar la realidad, todos los factores apuntados y una persistente
propaganda se encargan de hacer que se perciba la realidad impuesta como la
ideal. Por eso se teme y se elude la educación que forme ciudadanos críticos
con el sistema establecido y se protege, se exige y se impone desde los
dominadores una educación conservadora del statu
quo.
Todos los rebeldes que en la historia de este mundo
han sido acabaron enfrentados a los sistemas despóticos. ¿Recuerdan cómo acabó
aquel que nació en una cueva? No solo los revolucionarios encuentran una cruel
represión, también políticos, obreros –no olvidemos el simbólico ejemplo de los
mártires de Chicago– o científicos –recuérdense a los condenados por la
Inquisición–, han pagado un alto precio por tratar de que la humanidad salga de
la ignorancia, de la injusticia y se libere de los tiranos. Es notoria la dura
resistencia que padecen día a día la gente solidaria como ocurre con los rebeldes
religiosos –teólogos de la liberación, cristianos de base, benefactores
sociales… que por amor a los de abajo se arriesgan ante cualquier forma de
poder injusto (incluso a ser perseguidos por sus propios jerarcas). Esto se
atreven a proclamar en Redes Cristianas: “La Iglesia será libre solo cuando esté clara y definitivamente desligada del estado y se ponga decididamente al servicio de los pobres y excluidos de este mundo”–.
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Lo mismo sucede con todos los demás líderes e
intelectuales que, hasta con el sacrificio de sus vidas, han posibilitado que
el mundo progrese en el ámbito de la justicia y la igualdad hasta conseguir que
se proclame un principio de justicia universal con la Declaración Universal de
los Derechos Humanos (son objeto de derecho prioritarios: la vida y su entorno,
la salud, la educación, el trabajo, la protección legal y la vivienda). Pese a
que se violan o se incumplen constantemente no dejan de ser una buena brújula
que debe orientar la conducta de gobernantes y de personas de buena voluntad.
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