Lo que aquí se narra es un caso real que por suerte no ocurre en todos los colegios. Ni tampoco el hecho de ocurrir en un centro concertado es significativo.
Este
escrito va dirigido a todas las personas que de algún modo tengan
responsabilidad en la educación de la niña XXX. De modo especial, y en primer
lugar, a quien ejerza su tutoría en el presente curso y a todo el grupo de
apoyo.
Vengo
observando a lo largo del tiempo las quejas y sufrimientos que padecen los
padres de X por el trato que, en general, soporta la niña en su relación con
los otros compañeros y también con algunos adultos. El afecto que le tengo a la
familia me ha movido a mediar en la resolución de esta situación dolorosa e
injusta.
Los
docentes que la tratan deben de conocer bien sus capacidades y limitaciones
intelectuales, así como sus buenas cualidades personales, que sin duda tiene. Habrán
observado que es una alumna dócil con un nivel de autoestima muy bajo, que se
agrava cuando se le exige un rendimiento que no puede alcanzar si no recibe el
apoyo acertado y necesario. Si por error se la evaluara con los mismos baremos
que a sus compañeros, el resultado sería siempre desastroso, y la “evidencia de
sus sucesivos fracasos” sería aún más desastrosa para la formación de la
personalidad de X. Su mundo afectivo se vería dañado de forma grave e
irreversible, como parece que está ocurriendo.
Este
proceso ya se ha iniciado y está provocando en la vida de esta inocente niña un
sufrimiento injusto e inadmisible. No puede seguir siendo el “hazme reír” de
cuantos la traten con desprecio, solo por ser diferente. En estas criaturas se
ceba la crueldad de algunos niños con la mirada indiferente o cómplice de
muchos adultos.
Son
los docentes responsables, preparados y amables los que deben buscar los
recursos pedagógicos adecuados para que niños como estos no se vean sufriendo
en sus vidas las consecuencias de un sistema educativo y social que no tiene en
cuenta las diferencias entre los individuos y sus necesidades educativas
especiales. Está claro que sin una adaptación
curricular seria, auténtica, individualizada y eficaz, estos alumnos
tendrán un futuro desgraciado. Culparlos de su fracaso es una forma de
disimular el fracaso de las medidas aplicadas si éstas se basan en diseños
formales que no insisten en ir a lo más profundo del problema y a su solución.
Es
casi seguro que sus tutores y maestros no pueden por sí solos resolver estas
situaciones, pero sí tienen la responsabilidad de evitar el acoso que padecen y
de “remover Roma con Santiago” para que desde todas las instancias educativas
(Dirección, Equipos de Orientación, Inspección, Delegación…) tengan la atención
didáctica, pero sobre todo humana, que precisan. Entre tanto habrá que ir
aplicando un trato diferenciado (no privilegiado) para evitar el fracaso y el
sufrimiento de esta niña y de todos los niños que hayan tenido la mala suerte en
la vida de padecer algún grado de dificultad para el aprendizaje. Evitemos que
estos niños se sientan ridiculizados ante los demás por algo de lo que no son
culpables. Cualquier avance, por insignificante que parezca, ha de ser
aprovechado para elogiar su actitud que es lo contrario de poner en evidencia
ante los demás compañeros los fracasos debidos al planteamiento de objetivos
que, de momento, puedan estar por encima de sus posibilidades.