17 may 2013

La mano que educa (y 3)




Esta última entrada de la serie va a terminar de relatar el desenlace de algo que no debió de suceder si los controles de calidad de la enseñanza hubieran funcionado con responsabilidad y el debido rigor, máxime si se estaban vulnerando los derechos de los menores.

La alumna XXX comenzó el curso siguiente con un cambio radical de la situación. Parece evidente que la denuncia de los hechos y la recomendación que se dio a la familia de poner en conocimiento del fiscal de menores la violación de derechos que la niña estaba sufriendo, terminaron surtiendo los efectos deseados.

En primer lugar, la alumna ya no estaba bajo el tutelaje de la maestra que incumplió de forma tan incomprensible sus funciones educativas y de respeto hacia su alumnado, especialmente hacia XXX. No obstante, siguió dando clase en el centro, con el agravante de que reincidía en su conducta con su nuevo alumnado, hasta el punto de provocar las quejas generales de padres y madres. Llegó incluso a iniciar el presente curso, aunque, después de las últimas vacaciones de Navidad, dejó de dar clases, no sabemos si por bajas médicas o cualquier otro modo que ha terminado apartándola de la docencia hasta que cumpla la edad de jubilación que sucederá este mismo año, según informa la madre de XXX.

Pero conozcamos las nuevas condiciones en las que la niña se encuentra actualmente en el colegio. En primer lugar, el trato de todos los docentes ha cambiado radicalmente. Y lo que es más sorprendente, todos los compañeros y compañeras, sin excepción, juegan con ella sin que se observen las actitudes de rechazo que eran antes tan frecuentes. Los afectos y la relación entre todos los de su grupo se desarrollan con toda normalidad. Esto demuestra que el comportamiento perverso de la tutora ofrecía un modelo que algunos alumnos seguían.

Por otro lado, el equipo docente que la atiende ha gestionado las mejores estrategias para aplicarle los apoyos y las medidas compensatorias necesarias para tratar de que la alumna consiga recuperar el mejor ritmo de aprendizaje y, lo que es más importante, la autoestima. Lo han conseguido ofreciéndole además atención psicológica y, fuera del horario escolar en un gabinete especializado, dos horas de rehabilitación psicopedagógica y de estimulación de las funciones del lenguaje que tenía bloqueadas.




La alumna XXX ha cambiado su estado de ánimo radicalmente. Va ilusionada al colegio, le ha cogido afición a aprender y lo hace con alegría. A pesar de la natural dificultad que supone el retraso acumulado, se encuentra progresando a mucho mejor ritmo que los cursos anteriores, lo que le ha permitido obtener de sus evaluadores la posibilidad de acceder el próximo curso al ciclo de secundaria con los consiguientes apoyos y adaptaciones que traten de aminorar su desventaja y evitar que los ligeros retrasos sean considerados como un fracaso personal. Si todo esto se desarrolla en un clima de naturalidad y afecto, la alumna XXX habrá conseguido superar los traumas que la han amenazado durante un período de la etapa más crucial y vulnerable de su vida.

La lección que podemos sacar de todo esta lamentable historia es que los padres y madres han de estar en continua vigilancia para saber cual es “la mano que educa” a sus hijos e hijas. En caso de incumplimiento del respeto a los derechos del menor, ha de exigirse el cambio de actitud con toda firmeza porque está en juego, además de una buena educación, nada menos que la felicidad de toda la vida que empieza a fraguarse desde la infancia.

2 may 2013

La mano que educa (2)



Esta es la segunda carta dirigida al Colegio de la niña XXX

“Este escrito va dirigido a todas las personas que de algún modo tengan responsabilidad en la educación de la niña XXX. De modo especial, y en primer lugar, a quien ejerza su tutoría en el presente curso y a todo el grupo de apoyo.”
Así comenzaba mi escrito de 6 de 0ctubre de 2009, del que recomiendo su relectura. Este que hoy nos ocupa sigue teniendo los mismos destinatarios, aunque las circunstancias han cambiado en algún sentido.
En primer lugar, los apoyos que X ha venido recibiendo desde la mencionada fecha han mejorado considerablemente, lo que demuestra que se ha despertado, para bien, la sensibilidad del grupo docente que interviene en su formación. No solo en su aspecto didáctico, sino en la relación afectiva con la alumna.
En segundo lugar, con dolor hay que resaltar el aspecto negativo que protagoniza la persona que ejerce su tutoría: la situación se ha venido agravando progresivamente, como prueban las reiteradas quejas de la madre de X.
Los últimos hechos, ya conocidos en el colegio, confirman la grave conducta que mantiene dicha persona: privar a X de la clase de gimnasia porque no es capaz de hacer los ejercicios como los demás (ella sí fue capaz de ponerla leyendo en el patio sentada en un banco con un paraguas bajo la lluvia); más recientemente, la víspera del día de los derechos del niño, X fue empujada en las escaleras por un compañero, necesitando asistencia por un servicio de urgencia (la tutora, al parecer, tiene por costumbre abandonar a los niños a la salida de la clase y marcharse, argumentando que son mayores y saben salir solos)…
Estos y otros hechos no son fortuitos; pueden ser la consecuencia de un presunto trato vejatorio sistemático hacia X que está provocando en la alumna inseguridad, baja autoestima, miedo y sufrimiento, mucho sufrimiento. Con su conducta (no se priva de resaltar la discapacidad de su alumna delante de los demás), la tutora ha creado un clima hostil hacia ella en la clase, que propicia la marginación y el desprecio por parte de algunos de sus compañeros, según relata la madre de la niña, síntoma de una cruel estigmatización de la víctima.
Como las quejas de los padres de X vienen siendo continuas y no hay modo de cambiar la actitud de su tutora, es necesario actuar para defender los derechos inalienables de X, así como de los demás alumnos que están contagiándose de un modelo educativo perverso.
Los resultados que el buen trato y las excelentes medidas pedagógicas que se están aplicando por la mayoría de los responsables del centro quedan anulados por el deterioro de la personalidad y el sufrimiento de X. Si no se remedia esta situación injusta, su vida va a ser muy desgraciada.