Con
estas exigencias legítimas por arma, fueron confluyendo las marchas procedentes
de toda España en Atocha para dirigirse a la plaza de Colón. Antes de las cinco
de la tarde, una inmensa marea multicolor, con la alegría y el entusiasmo
propios de una fiesta de reivindicación popular, inició paso a paso su camino
entre pancartas, carteles y lemas proclamados a viva voz. Los miembros de unas trescientas asociaciones,
además de familias enteras y personas de diferentes edades y procedencias se
enfilaban cada vez más apiñados por el Paseo del Prado.
A
pesar del orden escrupuloso con que se marchaba, un familiar empezó a sentir
claustrofobia y nos vimos obligados a salir como pudimos pero sin ser
obstaculizados, para acceder a Cólón por las calles Alfonso XII y Serrano.
Tuvimos la suerte de llegar al Jardín del Descubrimiento, anexo a la plaza de
Cólón, y colocarnos a escasos diez metros del lateral del escenario desde el
que ya se estaban manifestando por la megafonía las reivindicaciones que
motivaron y justificaban las marchas. Faltaba mucho para las seis de la tarde.
Allí había personas muy mayores, familias con niños pequeños, algunos
marchantes que nos dieron la mala noticia de que la guardia civil estaba
parando a muchos autocares a las afueras de Madrid con el pretexto de hacer
registros rutinarios, y coincidimos con miembros del cuerpo de bomberos de distintas ciudades que se
unieron a las marchas porque se consideraban “Bomberos quemados”.
Una
enorme marea seguía llegando a la plaza mientras en el escenario el coro Solfónica (que toma ese nombre porque lo
creó el 15M de la Puerta del Sol) entonaba cantos a la libertad y a la justicia.
Las arengas y los lemas se sucedían coreados y aplaudidos por la multitud. Hubo
un sorprendente momento en el que desde la organización se pidió: “Compañeros,
por favor, continúen hacia la Castellana para dejar sitio a otros compañeros
que aún se encuentran en Atocha sin poder salir”. Casi dos horas después del
inicio de las marchas, un espacio de dos kilómetros se había colapsado. La
misma voz, creo que de la periodista Olga Rodríguez, anunció: “Compañeros,
¿sabéis cuántos somos?”… “¡Dos millones y medio!”. Sin duda era una cifra
demasiado optimista, pero muy superior a los treinta y tantos mil que estimó la
policía. Otras fuentes calcularon que pasó del millón.
Pasadas
las siete, para no perder el tren, decidimos volver por donde habíamos venido,
eludiendo encontrarnos con las marchas que aún seguían casi bloqueadas. En
efecto, cuando accedimos desde Alfonso XI al Paseo del Prado, la marcha del
Frente Cívico en la que nos habíamos integrado al principio en la Cuesta
Moyano, estaba llegando a Cibeles, ¡más de dos horas después!
De
vuelta hacia Córdoba, en el tren, como una aparente fatalidad que amenaza a
todas las actividades reivindicativas, nos enteramos de que sobre las ocho y
media (la manifestación estaba autorizada hasta las nueve) la policía había
entrado en la plaza para cargar contra un grupo de violentos que provocaron a
los antidisturbios con piedras y petardos. Lo que había sido una fiesta de
reivindicación pacífica que nos llenó de satisfacción y sobre todo del orgullo que
nació de la voluntad colectiva por recuperar la dignidad arrebatada, podría ser
manipulada ofreciendo en los medios (como así ocurrió) las imágenes de esa
minoría indiscutiblemente violenta, y utilizarla para justificar la
intervención indiscriminada de los antidisturbios confundiendo a la opinión
pública.
Hasta
aquí hemos intentado contar de forma objetiva los hechos de los que fuimos
testigos el sábado. Deseábamos poder consultar los medios el domingo para
completar la información de qué pasó a partir de las ocho y media. Nuestros
temores se confirmaron: En el telediario de las nueve (media hora después) ya
se ofrecieron las imágenes y la noticia de que las marchas que empezaron
pacíficas acabaron en violencia. Apenas hubo medios que separaron claramente lo
que fueron las marchas por un lado de los actos violentos por otro. Sí hubo
quien, basándose en experiencias anteriores, planteaba la sospecha de que, en
la entrada a la calle Génova, infiltrados de la policía simularon la
provocación, que secundarían los violentos, para justificar las cargas, a esa
hora, con el tiempo justo para que el telediario abriera con las imágenes de la
“violencia de las marchas”. A partir de ese momento nadie hablará del éxito de
las marchas.
Condenamos
la acción violenta de esas minorías pero hay que reconocer que hay vídeos en
los que se observan actuaciones de la policía, al menos contradictorias: cargar
con mucha dureza contra un grupo de marchantes pacíficos que portaban una
pancarta por Recoletos. De la actuación en general de la policía y de las
órdenes recibidas ha saltado una extraña polémica y denuncias del cuerpo hacia
sus superiores. Aunque sobre los detenidos ya tenemos información que la
justicia tendrá que dilucidar, la cuestión de los heridos no está
suficientemente aclarada. Con todo lo ocurrido no dejan de hacerse interpretaciones
que necesitan ser aclaradas con una investigación imparcial que será difícil
que asuma el gobierno y lo que es peor: está intentando poner todos los medios
para criminalizar las marchas como el disparate de querer expedientar a la
organización.
Deberíamos
aprender de los errores y de los riesgos que se corren con las imprevisibles
derivas a que llevan las acciones violentas originadas por grupos ajenos a los
fines de las marchas o por infiltrados policiales, si fuera el caso. El 22M ha
gozado de una legión de voluntarios que han trabajado generosamente y con una
evidente eficacia, desde la logística hasta la asistencia jurídica, para que la
organización sea casi perfecta, como parece que ha sido. Pero hay que detectar
los aspectos mejorables para que la eficacia sea total y para evitar que la
opinión pública sea manipulada y confundida. Una primera reflexión nos lleva a
proponer tres mejoras:
1.
Parece que fue un error que todas las marchas se
concentraran en Atocha. ¿Por qué La Castellana estaba vacía desde el mismo
límite con Colón? A los primeros que llenaron la plaza no se les podía pedir
que se desplazasen hacia la Castellana, como pedía la organización, porque no es
sensato pedir que se abandone la mejor posición. Lo acertado hubiera sido que
las marchas del Norte de España hubieran arrancado desde un punto equidistante en
el Paseo de la Castellana para confluir ambas columnas en Colón.
2.
Si se quiere convertir la lucha por los derechos
cívicos en algo permanente, ha de crearse una estructura que garantice al
máximo el carácter pacífico de la misma. ¿No podría crearse, no por obligación
legal sino por vocación pacifista, un cordón de seguridad en los lugares
estratégicos, formado por numerosos voluntarios con cualidades idóneas para
detectar, contener, aislar y, en su caso, denunciar a los elementos que
muestren sus intenciones violentas?
3.
Incrementar la información a los ciudadanos y
ciudadanas por todos los medios posibles de una forma clara y sencilla de los
fines de estos movimientos. Y aún con más ahínco para tratar de contrarrestar
la masiva manipulación que elabora el sistema. Si se falsean los hechos
causando una injusticia en el presente, no se puede pretender que los futuros
historiadores, con la perspectiva de varios decenios, sean objetivos.
Cabe añadir por último una reflexión más: Si Cataluña ha sido
capaz de formar una cadena de norte a sur de la Comunidad con la ciudadanía
unida por la voluntad de decidir sobre su futuro, ¿sería posible unir todas las
capitales españolas con la voluntad de que emerja la conciencia de soberanía
popular?