La muerte reciente de Gabriel García
Márquez ha conmocionado a muchas personas de todo el mundo. Hay quien habla de
que, junto con Cervantes, son los dos escritores más grandes que ha dado la
lengua castellana. La buena literatura nos transforma y quisiera pensar que los
malvados lo son porque no se han dejado seducir por la lectura, pero me temo
que sea más acertado reconocer que no hay peor ciego que el que no quiere ver.
Hace casi diez años, ahora lo he
recordado, escribía estas palabras en el documento CórdobaÉtica2mil48 –que se puede consultar en la barra de
páginas que figura en la cabecera de este blog– sobre mis pulsiones literarias y
humanas:
“Entre las
fuentes de mis exiguas experiencias destacan los libros –plácidos “claustros de
libertad”; en casos excepcionales, joyas del pensamiento que superan su
ineludible carácter de mercancía–. Una forma anárquica de leer, como un
atolondrado lepisma, convierte mi lectura en búsqueda y recreación un tanto
atípica, que me aparta sin remedio del camino de alcanzar la técnica paciente
de la investigación científica. Eso sí, a veces, el momento de la lectura se
impregna de un halo místico, como ocurre, por ejemplo, con la fascinación que
emana de los fantasmagóricos sucesos de la ciudad de Macondo, que me siento
casi trasmigrado a un arcano seno cósmico como arrastrado por cabestros del
tiempo, de un modo comparable al de la maraña de reflexiones que provoca la
aventura onírica del trópico universal de los “molinos de viento” donde se
estrellan todas las utopías, o al estremecimiento radical con que me hiere la
poesía del rebelde que grita amable desde las entrañas rotas…
…Admiro y
agradezco el esfuerzo de muchos intelectuales (científicos, filósofos,
escritores, artistas, profesores, periodistas, teólogos…), porque lo que he
alcanzado a comprender de su pensamiento ha proporcionado más luz y solidez a
mi sentido común. No me incomoda en absoluto que mi pensamiento ronde el
sincretismo que nace del fundamento existencial del cristianismo, del humanismo
y del socialismo, guiado con una mínima
dosis de racionalidad que pasa sin remedio por el tamiz de los sentimientos…
…Me
infunde ánimo la gente honrada de la calle, pero me hiela la facilidad con que
mentes malvadas azuzan a esas pacíficas gentes hacia la guerra reavivando los
dormidos demonios que todos llevamos dentro. Bendigo al poeta si canta para su
pueblo; bendigo a los pueblos si bendicen a sus poetas. Reclamo todo el respeto
para quien por cualquier sinrazón se le desprecie por ser diferente. Ante
personas altruistas, solidarias y generosas –maxima sapientia– en sus tareas, profesionales o voluntarias, al
lado de gentes infelices, siento con frecuencia una íntima conmoción de orgullo
humano: Representan la dignidad sin adornos; el paradigma del deseado Homo ethicus.”