Cuando un hombre se cree y actúa sintiéndose
superior a la mujer, suele mostrar en la convivencia, tal vez de forma
inconsciente, constantes síntomas de ejercer su dominio, de someterla, de
imponerle su voluntad, su criterio, su opinión, sus gustos y sus caprichos. Se puede caer en el error de interpretar esta
actitud como una natural y amorosa inclinación a protegerla. Lo que realmente
ocurre es que anula su autoestima, su seguridad y su dignidad. La persistencia
cultural de este rol perverso puede llegar a hacer pensar al hombre que la
mujer es como un objeto de su posesión. El maltrato psicológico desemboca a
veces en brutal violencia contra las mujeres.
Cuando una mujer se considera
inferior al hombre, condicionada por una cultura machista ancestral, está
contribuyendo, sin quererlo, a labrar su propia desgracia y a perpetuar la
cultura de la desigualdad entre los géneros. El enamoramiento puede nacer
contaminado de sumisión y miedo. Así se da la paradoja de considerar los celos,
el control, la manipulación y el maltrato como señales de amor. La víctima se
envuelve en ciegos argumentos que una y otra vez la llevan a perdonar a un
hombre que suele tener una gran capacidad de seducción. Su engañosa fama de
hombre cortés y amable ante los demás oculta el drama que puede estar viviendo
la mujer sometida.
Ante estas realidades, solo cabe que
cada hombre asuma la igualdad de derechos, reflexione sobre sus propias
actitudes ante las mujeres y compare si sus modos de actuar se podrían
justificar si las mujeres se portaran de modo simétrico. En cuanto a los machistas
más violentos y pertinaces, si no fuera posible su rehabilitación, el mejor
tratamiento es el del rechazo social, el aislamiento, la denuncia y, por encima
de todo, la eficaz protección de las víctimas.
La coeducación en el respeto mutuo,
la igualdad de derechos, la autoestima y la dignidad de cada persona es el
mejor instrumento para que las mujeres dejen de creerse inferiores, defiendan
su derecho a ser respetadas y amadas sin confundir el amor con la sumisión al
hombre. Ellas sabrán establecer los límites para no acabar seduciendo con sus
encantos físicos renunciando a sus derechos y al esfuerzo prioritario de
potenciar otros valores personales.